domingo, 6 de julio de 2014

¿Sabes? Hoy tengo un día de abrazo…


Necesito uno de esos abrazos que te recogen, que te aprietan tan fuerte que te quedas sin  aliento,  uno de esos en los que te pierdes, de esos que sabes que es el momento de dejarte ir porque quien te sostiene va a sujetarte fuerte durante el momento de debilidad, que no te va a palmear la espalda diciendo que no pasa nada, que va a estar callado digas lo que digas, hagas lo que hagas o llores lo que llores.

Necesito un abrazo para poder tirar abajo los muros construidos de cualquier manera sobre un terreno que no es lo suficiente firme. Lo necesito para volver a empezar a levantar esa estructura que intento construir una y otra vez y que no consigo que se mantenga en pie.

Necesito un abrazo que sea un punto de apoyo, pero no para mover el mundo. Lo necesito para que mi mundo no se derrumbe.

Necesito un abrazo de alguien que no es consciente de que está ahí, pero que está. Que me anima cuando lo veo, lo oigo o lo pienso. Que actúa como lo hace porque no sabe hacer las cosas de otro modo. Que me pregunta cómo estoy y escucha la respuesta. Que no juzga. Que me hace reír aunque tenga ganas de llorar. Que hace que mi vida sea mejor.

Necesito el abrazo de una persona a la que me da miedo perder si intento aproximarme más.

¿Sabes? Ése es el abrazo que necesito y ése es el único que no me atrevo a pedir…

jueves, 12 de junio de 2014

La montaña rusa

(O hoy la cosa va de subidas y bajadas)

¿Cómo es posible que en un espacio muy corto de tiempo (horas, o incluso minutos) mi cuerpo y mi mente sean capaces de experimentar subidas y bajadas como si estuviera en una montaña rusa? Lo peor de todo es que la sensación final no es la misma que tengo de una vuelta en montaña rusa.

Éste es el orden de mis pensamientos cuando bajo de una montaña rusa (cuando esos fluidos que tenemos en el oído y que se encargan del equilibrio se han nivelado, claro):

Uffffff! Ya se ha acabado.
No ha estado mal.
¿Otra vuelta? Venga, va, que es divertido...

Y éste, el orden de mis pensamientos cuando tengo subidas y bajadas "personales" (y eso que aquí los fluidos del oído no se han movido)

Ufffff!¿Se habrá acabado?
NO me ha gustado
No más!!! QUÉ NO SE REPITA, POR FAVOR!!!

Como puedes observar, desde mi punto de vista, es mucho mejor la montaña rusa. ¿Y por qué? Muy sencillo: a la montaña rusa te subes porque quieres. Vale que a veces te arrepientes de haberte subido, pero con no repetir, todo solucionado.

Pero mis montañas rusas personales (por llamarlas de alguna manera)...
Esas si que son chungas. Me pillan por sorpresa, generalmente en el momento más inoportuno y, encima, no puedo decidir si voy a repetir o no. Es más, se repiten y sin ninguna contemplación ni miramiento.
De pronto estoy arriba y al poco estoy por los suelos. Y encima enfadada como una mona porque no las puedo controlar.

Ay! Controlar..., ¡esa es la palabra clave! Soy Madame Mademoiselle Control: Sea cual sea la situación, si consigo controlarla, todo es perfecto. Me gusta creer que yo decido qué quiero, cómo quiero, cuándo quiero y dónde quiero. Pero ¡ay! si no la controlo... (De acuerdo, asumo y reconozco que tengo una mente cuadriculada. Lo sé. Los alemanes a mi lado... unos aficionados.)

A lo que iba, si mi cuadriculada mente se desorganiza y pierdo el control de la situación, ¡tiembla, la que se nos viene encima! Sí, sí, he dicho nos, porque el descontrol acaba afectando a todo aquel que está a mi alrededor (incluye aquellas personas que tuvieron la mala idea de darme su teléfono, e-mail o wassap)

¡Ah!, se me olvidaba: A todo eso habría que añadirle la batalla hormonal que se está desarrollando en mi interior. Ya sabes, los años no perdonan...

Total, que actualmente soy más peligrosa que una bomba de relojería. Si normalmente soy de naturaleza explosiva, ahora soy como una granada sin seguro que han encontrado unos niños y que han decidido utilizar como balón de fútbol.

Espero que en próximas explosiones no hayan daños colaterales...

domingo, 8 de junio de 2014

Una Historia de Duendes


Cuentan que existe un país donde todo es posible.
En medio de él hay un gran lago (seguramente fruto de una erupción volcánica) y en el centro de éste hay una isla. Es un lugar bonito, conocido por todos pero difícilmente localizable, quizás porque está cubierto de nubes bajas que, a pesar de que no son muy densas, no permiten distinguirla con claridad.
Quienes han estado ahí dicen que en esa isla se almacenan leyendas, historias, cuentos y canciones que nunca habrían debido olvidarse pero que, a veces, no recordamos.
Se dice también que en esa isla vivía un ser pequeño, pequeño. Un duende. Su nombre: TiemposPúrpura. TiemposPúrpura era un duende feliz, saltarín y juguetón. Un poco travieso, pero es normal, era un duende.
Un día, algo le ocurrió al duende. No se sabe muy bien que fue, pero TiemposPúrpura perdió sus características de duende y empezó a parecer un humano (tenéis que saber que eso es lo peor que le puede ocurrir a un duende). Dicen que en una de sus correrías tuvo un percance y su pequeño corazón se agrietó un poco. No sé si hay algo de cierto, es lo que cuentan…


De pronto, TiemposPúrpura se despertó sobresaltado. Tenía la sensación de haber dormido mucho, mucho tiempo. No sabía dónde estaba, ni qué le había pasado, pero sentía un gran vacío en su corazón, algo así como una tristeza infinita.

Parpadeó un par de veces, se levantó de su cama de musgo y dejó escapar un suave bostezo mientras una lágrima rodaba por sus mejillas.

-¿Qué me ha pasado?-  se preguntó. Intentó recordar, pero fue inútil, únicamente sentía una gran pena, nada más.

Apartó la cortina de flores  que cubría la entrada de su hogar y vio como el sol se reflejaba en el lago, pero no se sentía feliz.

Se aproximó al lago y miró su reflejo en él. Se retiró rápidamente, y estalló en sollozos. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Acababa de ver algo muy triste: su aspecto no era el que él recordaba. ¡No parecía un duende! Su perfil se desdibujaba y aparecía una figura humana. ¿Qué le había ocurrido?

TiemposPúrpura se tumbó a la orilla del lago y lloró larga y amargamente hasta que, de pronto, oyó un sonido de agua, como si hubiera una gran explosión dentro del lago.
Sus ojos llorosos le permitieron ver un gran dragón nadaba hacia él. Pero TiemposPúrpura no se asustó, recordaba al dragón. Era Puff, el dragón mágico de la canción.

El dragón se acercó con mucho cuidado a TiemposPúrpura y sus palabras retumbaron en las montañas. El eco las devolvió multiplicadas cientos de veces:


-¡Cuánto te he echado de menos, duendecillo, cuánto!

El corazón de TiemposPúrpura dio un salto en su pecho, ¡el dragón le reconocía, se acordaba de él!. Al mirarlo más de cerca descubrió algo brillante en los ojos del dragón y recordó…
Era una lágrima, una lágrima de dragón. Los humanos las aprecian mucho (a pesar de que no saben que los dragones solo lloran una vez en su larga existencia). Les llaman diamantes.

TiemposPúrpura agitó los brazos para saludar al dragón y justo en ese momento recordó la canción…

Els dracs viuen per sempre, però els nens es fan grans
Los dragones viven por siempre, pero los niños se hacen mayores…

Y también recordó el motivo de la lágrima: El dragón había tenido un gran amigo: un niño. Pero creció, se hizo mayor y abandonó al dragón. Desde ese día la lágrima colgaba de uno de los ojos del dragón. Blanca y brillante.

TiemposPúrpura se sintió más triste todavía. Sintió que odiaba a los humanos, incluso a los niños, porque crecen y cuando crecen, olvidan. Olvidan a los dragones, a los duendes, a los magos, a las hadas,... y eso no es todo: si alguien les recuerda su existencia se ríen y dicen que son tonterías.

El dragón quiso saber cuál era la causa de la tristeza del duende. TiemposPúrpura le explico que sentía un gran vacío en su interior y que, cuando se acercó al lago, éste le devolvió una imagen demasiado humana para un duende.

El dragón no supo como tranquilizar a TiemposPúrpura. Estaba destrozado, y con razón: cada minuto que pasaba su apariencia era más humana. El dragón temió lo peor y decidió ayudar al duende.

Recomendó a TiemposPúrpura que fuera a dar un paseo por el bosque y le prometió que le ayudaría a volver a ser el duende que había sido. Eso sí, le puso una condición: Tendría que hacer todo lo que el dragón le pidiera.

TiemposPúrpura aceptó. No quería transformarse en humano y prometió seguir las instrucciones del dragón. Por su parte, el dragón, se comprometió a ayudarle a recordar todo lo bueno parecía haber olvidado.
El trato fue el siguiente: Durante el día, TiemposPúrpura tenía que recorrer el bosque en busca de su espíritu de duende y al ponerse el sol, el dragón le explicaría historias que alegrarían su corazón.

TiemposPúrpura no dudó ni un momento, quería volver a ser el duende que había sido. Así que se despidió del dragón y muy diligentemente se adentró en el bosque.

Apenas había caminado 500 pasos cuando se encontró frente a un gran gato atigrado.

TiemposPúrpura se quedó paralizado. Los gatos no suelen ser amigos de los duendes y por un momento temió lo peor… Pero el gato saludó a TiemposPúrpura con un suave ronroneo y, aunque era enorme, a TiemposPúrpura no le pareció peligroso, así que, cautelosamente, se acercó a él.

El gato saludó al duende y dijo estar muy aburrido, pues no encontraba con quien charlar, TiemposPúrpura le dijo que eso no ya no era un problema, le explicó que a los duendes les gusta mucho hablar (se dice que no callan ni debajo del agua…) y que él, de momento, todavía era un duende.

TiemposPúrpura y el gran gato estuvieron charlando y riendo (puesto que el gato, a pesar de su seria apariencia, era muy divertido). El tiempo pasó rápidamente. Cuando TiemposPúrpura se dio cuenta el sol ya había empezado a descender. El duende estaba muy a gusto con el gato, pero tenía que marcharse, se lo había prometido al dragón. Se despidió del gran gato atigrado y le prometió que volvería cada día para hablar con él. El gato dejó escapar un ronroneo de satisfacción y quedaron en verse al día siguiente.

TiemposPúrpura regresó corriendo al lago, llegó justo antes de que el sol se ocultara en el horizonte y esperó hasta que el dragón surgió del agua. El dragón le preguntó cómo había ido el día y TiemposPúrpura contestó que no había tenido tiempo de buscar su espíritu de duende, que había estado hablando con un gran gato atigrado.

El dragón dejó escapar un “ummmmm” pero no dijo nada más. El duende le pidió que le contase, tal y como le había prometido, una historia que alegrara su corazón y el dragón le explico lo siguiente:

En uno de los claros de este bosque, hay un olivo. Si se observa desde el ángulo adecuado, puede parecer que tiene forma humana. Pocos lo saben, pero, efectivamente, es en parte humano. Ésta es su historia:

"Hace muchos años, cuando los hombres todavía tenían tiempo para disfrutar de las cosas bellas, un joven descubrió una flor blanca, perfecta, que no se ajaba con el paso del tiempo. Tanto y tanto la observó que al final se enamoró. Y tal era su amor que consiguió convencer a un hada del bosque para que hiciera un conjuro que la convirtiera en mujer y así poder pasar toda la vida juntos.

El resto de seres elementales del bosque se sintieron ofendidos y castigaron la osadía del joven: Transformaron al joven en olivo y deshicieron el conjuro de manera que su compañera volvió a ser una flor. 

El hada que había hecho el conjuro suplicó por ellos ante el resto de sus compañeros, alegó que el joven lo había hecho por amor y que no merecía un castigo tan grande. Después de mucho rogar, consiguió que permitieran al joven volver a su forma humana las noches de luna llena, mientras que la flor podía volver a ser mujer en las noches de luna nueva.

Así pues, el castigo fue eterno, los amantes podrían amarse con locura pero nunca podrían estar juntos.

A pesar de ese castigo, el amor no murió jamás: En las noches de luna llena, el joven recupera su figura humana y corre hasta el lugar donde está su flor. La rodea con sus brazos y pasa la noche a su lado.En las noches de luna nueva, la flor se transforma en mujer, se acerca al olivo y duerme bajo sus ramas.

Por fin, un día, el hada cómplice del conjuro, que siempre había intercedido por ellos porque creía en el amor, consiguió ablandar el corazón del resto de sus compañeros y los seres elementales accedieron a que, durante los eclipses de luna, ambos fueran humanos.

Desde entonces, cuando hay eclipse de luna, todas las criaturas de la noche permanecen en sus hogares porque saben que los amantes van a encontrarse y que, durante un corto espacio de tiempo, podrán ser felices como nadie lo ha sido jamás.

Fueron castigados, pero su amor sobrevive y,  quien sabe, quizás, solo quizás, algún día, haya alguna manera de romper el hechizo definitivamente.

La historia del dragón sorprendió a TiemposPúrpura y el pequeño duendecillo aprendió que el amor puede ser eterno y que si hay amor, todo es posible.

El dragón invitó a TiemposPúrpura a acompañarle a la Playa de los Recuerdos, un lugar que, según le explicó, es mágico. Le dijo que allí se reviven los recuerdos, los buenos recuerdos. Pero TiemposPúrpura aún sentía un vacío en su corazón y le dio miedo acercarse y no tener nada que recordar. Así que se despidió de nuevo de su amigo el dragón y quedaron en verse el siguiente atardecer

sábado, 31 de mayo de 2014

En ocasiones veo vivos...

Me pasa justo lo contrario que al niño de El Sexto Sentido. En ocasiones... veo vivos. ¿Vivos? Ay… ¿Y por dónde me va a salir ahora ésta?

Ayer, a uno de mis vivos favoritos se le acabó la mecha y explotó. ¡Y menuda explosión! Parecía que estábamos en Fallas: ¡Pim!, ¡Pam!, ¡Pum! (no sé, no he estado nunca pero creo que debe ser algo así).
Sirvan estas letras para decirle: ¡Ole, Ole y Ole! ¡Qué ya está bien de tanta tontería! y que ánimo, que lo hiciste muy bien. Tan bien que me ha dado tema para escribir un post en vez de estar estudiando, que es lo que tendría que hacer…

Vamos al lío:

A veces te paras, miras a tu alrededor y jurarías que estás en la peor parte (o en la mejor, si eres de los que les gustan los zombies) de un episodio de “The Walking Dead”.
Todo lo que te rodea se mueve (aquí se puede poner arrastra, si te gusta más) por inercia, porque se tiene que mover, porque es así como funciona.  Te guste o no. Y tú no tienes más remedio que formar parte de eso, lo compartas o no.

Vas dejando pasar los días y es como si estuvieras en un tiovivo, a lomos de uno de esos caballitos que suben y bajan, aburridos como una mala cosa, cuando lo que querrías es estar es subido en el camión de bomberos dándole sin parar a la campana y haciendo sonar la sirena. Pero resulta que el camión de bomberos está ocupado por un niño que ni se mira la campana y menos la sirena (esas que querrías tocar tú). 
Pero te tienes que  joder,  a ti te ha tocado el caballito. (Pido perdón por la palabra caballito).
Tú no escoges, te has de quedar con lo que está libre. Así que pa’ arriba… pa’ abajo… pa’ arriba… pa’ abajo…   y no se te ocurra quejarte porque te dirán que al menos tienes caballito y no has de estar de pie (o en una de esas ollas que giran sin parar hasta que te pones bien malo).

Bueno, que me desvío de la cuestión... A lo que iba: Que entre tantos muertos vivientes, descerebrados y demás personajes por el estilo que giran contigo en el tiovivo, en ocasiones, las menos, pueden verse vivos.

¿Y qué es un vivo? Un vivo es una persona que todavía hace las cosas con ilusión: Es quien se lía como la pata de un romano para intentar que las bajas durante la batalla sean las menos posibles, a pesar de que muchos se merezcan un buen tiro de sal en el culo y no una recompensa. Es quien se agarra unos sofocones del 15 cuando ve cosas que no son justas o que no le gustan. Quien hace que las cosas difíciles sean un poco más fáciles y, a veces, incluso consigue hacerlas divertidas. Quien dice un montón de tonterías, tiene un gesto de ánimo o una palabra cuando ve que otros vivos están a punto de rendirse y les falta ná para pasarse al bando de los zombies.
En definitiva, un vivo es quien se esfuerza por que sí, porque el cuerpo se lo pide, porque no sabe hacerlo de otra manera y porque le gusta. Aunque a veces sea difícil, muy difícil.
Aunque reconozco que últimamente no estoy muy por la labor, me considero una viva y, como tal, una de mis tareas es animar y dar apoyo al resto de vivos que se cruzan en mi camino y que hacen que éste sea más fácil.  

A vuestra salud, vivos del mundo!!!

No me gustan los finales

Hoy, al salir de clase, me he subido al coche y cuando me he sentado al volante me ha asaltado la idea que me ronda por la cabeza hace unos días: Esto se acaba. Una semana más y se acabaron las clases. Hasta finales de septiembre nada de nada ... y eso son nada más y nada menos que 3 meses!!!. Tres meses sin tener todas las tardes ocupadas. Sin ver a todas las personas que han empezado a formar parte de mi día a día. Sin tener ejercicios que hacer ni asignaturas que repasar. Que sí, que debo ser un poco masoca, que parece que me guste ir a mil. Pero es que mientras voy a mil no pienso...

Esto me ha hecho reflexionar y ahora puedo decir:

CREO QUE NO ME GUSTAN LOS FINALES

Siempre he dicho que me gustan los cambios y soy consciente de que, para muchas personas, un cambio representa un final (y,en el mejor de los casos, un nuevo principio). Yo no lo entiendo así.

Para mí, un cambio es un giro, una modificación de dirección sin tener que parar. Como te diría... Es como esos juguetes que se mueven en línea recta hasta que chocan con un obstáculo y entonces se mueven hacia otro lado...
Un final es llegar al borde de un precipicio y pensar: ¿Y ahora qué? Y tomar una decisión, se quiera o no.

No me gustan los finales porque ese vacío que se abre ahí delante me da miedo.En arte, eso tiene un nombre: Horror vacui, literalmente, miedo al vacío. Tengo que rellenar todos los vacíos.  A lo mejor, porque tengo quenofobia* o a lo peor porque soy cobarde y no quiero lanzarme así al precipicio, sin más, sin paracaídas ni chichonera.

Yo necesito cambios, no finales. Quiero tocar de pies en el suelo, mirar a un lado y a otro y escoger el camino a seguir. Y me da lo mismo que esté lleno de obstáculos, al fin y al cabo es un camino y siempre es mejor que un salto al vacío.

Y es por eso por lo que creo que no me gustan los finales. No quiero perder pie, quiero girar y moverme en otra dirección (y no estoy hablando de volver hacia atrás, aunque en algunas ocasiones sea una opción a tener en cuenta).

Ahora mismo estoy preocupada. Empiezo a sentirme rodeada de finales. Cada día están un poquito más cerca y sé que son finales porque miro a un lado y a otro y no soy capaz de ver caminos. Solo veo precipicios.
¡Uff!, Ahora que he releído el último párrafo veo que suena un poco desesperado pero tú no te asustes, sé que a medida que se acerquen los finales veré con más facilidad los caminos que los transformarán en cambios, solo que ahora tengo la vista un poco nublada y aún no puedo distinguirlos...

Un buen ejemplo de mis problemas con los finales lo tengo con el cuento que hace años estoy escribiendo. Cada vez que lo retomo lo modifico un poco, le pongo aquí, le quito allá y lo voy puliendo.
Pero, ¡ay!, cuando me acerco al final de la historia... Bueno, en realidad no me acerco al final. ¡Es que no puedo ponerle un final!
Tengo varias ideas para acabar la historia pero soy incapaz de hacerlo. Creo que hoy me he dado cuenta de que mi problema es que si escojo un final elimino todos los demás y, o bien hago una de esas historias con varios finales a escoger según el día que tengas, o bien la convierto en una historia interminable (¡qué bonito libro, por cierto!).

Por todo esto y mucho más es por lo que creo que no me gustan los finales...

*Quenofobia: Un persistente, anormal y injustificado miedo al vacío o a los espacios vacíos.

Acabo de darme cuenta que en el post anterior escribí sobre los principios y  que ahora lo he hecho sobre finales. ¿Curioso, no?


domingo, 11 de mayo de 2014

Ay!!! Los principios...

Todos tenemos principios. Al menos eso creemos. Y les somos fieles, y intentamos seguirlos, y hasta nos sentimos orgullosos de ellos. Pero... (Sí, ya lo sé, siempre hay un pero).

Acabo de darme cuenta de que los principios de una persona pueden ser los finales de otra (evidentemente, la persona de los finales soy yo, claro. Si no para qué iba a estar escribiendo esto, ¿verdad?)

¿Y ahora qué? ¿A esperar que los principios no sean tan inamovibles como yo pensaba?

Pues estamos apañados. Eso me va a suponer un cambio en mi manera de ver las cosas. Generalmente, eso no representa un problema. Me gustan los cambios, incluso diría que son buenos y necesarios y que disfruto con ellos pero... (y ya van dos peros en un momento) es que últimamente estoy pasando por tantos que a lo mejor me gustaría estar una temporada quietecita y sin mucho movimiento.

¡Ay! ¡Qué no sé ni lo que quiero! No sé ni si sí ni si no.

¿A lo mejor es que necesito otro cambio?

De momento, y a la espera de decidirme, me remito a Groucho Marx que es el que más me ha gustado en su reflexión sobre los principios:

 "Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros."

viernes, 28 de mayo de 2010

Las vitaminas

Estoy perra - perra. No tengo ganas de hacer nada, NADA de NADA!!

Digo yo que debe ser cosa de esta primavera que viene con retraso (o no...)

El caso es que cuando llego a casa me cuesta horrores hacer algo que no sea pegarme un barrigazo en el sofa.
En cuanto pongo el (culo?, trasero?, pompis?!?!) culo (culo, hijo, dije culo!!) en algo que sea mínimamente cómodo (es decir, que no pinche ni corte) me quedo frita (tan frita que en ocasiones hasta me cae la baba).

Muy diligentemente he decidido poner fin a esto y la semana pasada me compré unas vitaminas que me tomo cada mañana (vale, no soy tan diligente, hoy me he olvidado. Pero en cuanto llegue me las tomo, ¿ok?)

En vista de los resultados (que no se ven), me asalta una duda: ¿Cuántas cajas son necesarias para que empiecen a hacer efecto? Como dicen en la tele pregunto al farmacéutico. Me dice que si uno come bien no hace falta tomarlas. ¡Comer bien! Esa es otra... Si generalmente no vivo del aire estos días tengo un hambre atroz - que no es lo mismo que un hombre atrás (oops, no he podido evitarlo, jeje).

Tener hambre es ideal para el tiempo que viene ahora!!! Todo el mundo en metido de lleno en la Operación Biquini y yo no dejo de notar algo parecido a un gato ronroneando en mi estómago...

Bueno, por si acaso yo me acabaré la caja de vitaminas y a ver que pasa... ;-)